El miedo del sistema al único candidato de derecha real

Fernando Abreu incomoda al poder porque representa la única derecha auténtica en la política dominicana. El sistema lo teme, y por eso lo ataca.

Desde que Fernando Abreu emergió como figura visible del nuevo conservadurismo dominicano, su sola presencia ha encendido todas las alarmas del sistema político. Los partidos tradicionales lo atacan con una intensidad inusual, y los medios alineados repiten la misma narrativa: descalificar, ridiculizar o simplemente ignorar. No es casualidad. Cuando un político de derecha auténtica irrumpe en un tablero acostumbrado a la comodidad ideológica, el sistema entero reacciona con miedo.

Fernando Abreu no es un improvisado. Dirigente del movimiento Patria Libre (PALIB), vinculado al think tank ÚnicaVía, se ha posicionado como una de las voces más coherentes del liberalismo clásico y del conservadurismo moderno en la República Dominicana. Ha sido invitado a foros internacionales como CPAC 2025 en Washington y a la prestigiosa Mont Pelerin Society, espacios reservados para quienes piensan y actúan fuera del molde político tradicional. Es, además, un crítico constante del cerco institucional que dificulta las candidaturas independientes y denuncia el monopolio electoral de los partidos de siempre.

El sistema no lo ataca porque sea peligroso en términos personales, sino porque representa una amenaza real a sus intereses. Las estructuras partidarias del PRM, PLD y FP se alimentan de un mismo modelo de clientelismo, control estatal y discursos reciclados. Abreu, con su discurso liberal y conservador, propone exactamente lo contrario: romper con el asistencialismo, reducir el tamaño del Estado y devolver al ciudadano el poder que la burocracia le robó. Esa agenda no solo desafía el status quo; lo desnuda.

Además, su mensaje incomoda porque no busca quedar bien con todos. Mientras otros políticos “moderan” su discurso para parecer más aceptables, Abreu se define abiertamente como la derecha real. Ese lenguaje directo rompe la falsa narrativa del “centro político” que tanto favorece a los partidos tradicionales. En una sociedad donde el pensamiento de derecha fue deliberadamente marginado, su discurso representa una herejía para los que viven del consenso artificial.

Pero el miedo del sistema no se queda en el discurso. Se traduce en tácticas concretas. Desde intentos de boicot institucional —con trabas para las candidaturas independientes y requisitos imposibles de firmas— hasta la invisibilización mediática. Muchos medios evitan mencionarlo o lo presentan con etiquetas diseñadas para aislarlo: “radical”, “ultraconservador”, “divisivo”. Es la estrategia más antigua del poder: silenciar lo que no puede controlar.

En el fondo, el problema no es Abreu. El problema es lo que su figura revela: que el país tiene sed de una alternativa real, de alguien que no hable como político sino como ciudadano libre. Que la derecha no necesita pedir disculpas por existir. Que hay un sector creciente que no se siente representado por el consenso progresista ni por el populismo disfrazado de centro.

Si algo queda claro, es que Fernando Abreu representa la posibilidad de una ruptura en el ciclo de dependencia política. Su reto no es menor: construir estructura, resistir la cooptación y mantener la coherencia en un entorno diseñado para destruir toda disidencia. Pero si logra sostener su mensaje, su figura puede convertirse en el punto de inflexión que la política dominicana ha evitado por décadas.

En definitiva, los ataques que recibe no son señal de debilidad, sino de impacto. El sistema no gasta energía en lo irrelevante. Lo ataca porque lo teme. Lo teme porque lo entiende: detrás de su discurso hay una idea que podría cambiarlo todo. Y cuando una idea así aparece, los de siempre hacen lo que mejor saben hacer: intentar destruirla antes de que despierte al pueblo.