Renovación de conciencias en tiempos de polarización
Hayrold Ureña
2/9/2025


Hayrold Ureña
Hoy, al reflexionar sobre el devenir de nuestra sociedad, me invade la inquietud ante una polarización que desdibuja los límites de los derechos y descompone el diálogo público en consignas superficiales. En este escenario, la política woke, a menudo desprovista de matices, se enfrenta a la cruda realidad de una anorexia cultural que empobrece el debate y desvía la atención de las cuestiones sustanciales que deben nutrir nuestras conciencias. Observo con preocupación la escalada en contextos de fervor ideológico y activismo polarizante, algunos líderes y discursos promueven estrategias autoritarias que amenazan con desmantelar los cimientos de las instituciones liberales. Esta manipulación, que podríamos llamar “metabólica e inducida”, reconfigura los discursos en favor de agendas rígidas, encapsulando los derechos en marcos estáticos y privándolos de la capacidad de evolucionar.
Desde mi perspectiva, el relativismo moral ha emergido como un rasgo distintivo de la posmodernidad, donde la objetividad y la verdad única han sido sustituidas por una pluralidad de narrativas. Este fenómeno, lejos de ser una mera moda intelectual, representa una respuesta a la rigidez de los modelos normativos heredados, que en muchos casos han resultado insuficientes para abordar la complejidad de la experiencia contemporánea. Sin embargo, esta dispersión de criterios morales ha desencadenado una crisis en el enfoque fáctico, pues el debate se ha desplazado de la verificación objetiva de los hechos hacia una interpretación subjetiva de la realidad, generando a menudo confusión y debilitando los fundamentos mismos de la verdad.
En este contexto, la práctica de la desconstrucción nacida de la crítica posmoderna al liberalismo y a sus métodos cognitivo se presentó originalmente como una herramienta para desmantelar discursos hegemónicos y abrir espacios para una reflexión plural. No obstante, he observado que dicho ejercicio crítico, al despojar a las ideas de sus anclas fácticas, ha encontrado eco en sectores de la derecha, que han sabido reorientar el debate hacia posiciones que, paradójicamente, contravienen los ideales iniciales de apertura y cuestionamiento. Esto me lleva a cuestionar la capacidad de la deconstrucción para trascender el mero ejercicio intelectual sin que sus conceptos sean cooptados para fines conservadores.
Además, es fundamental reconocer que, en paralelo, se ha gestado una subversión del liberalismo clásico y de sus tipos cognitivos asociados por parte de grupos identitarios progresistas. Estos sectores han reinterpretado los fundamentos liberales desde una óptica crítica y disruptiva, cuestionando la universalidad de sus principios y promoviendo nuevas narrativas que, en ocasiones, buscan desplazar la tradición en pos de una redefinición de la identidad y la justicia social. Este fenómeno, que a mi juicio refleja tanto el dinamismo como la complejidad de nuestro tiempo, plantea un desafío: ¿cómo equilibrar el legado del liberalismo con la necesidad de adaptarlo a las demandas de una sociedad diversa y en constante cambio?
Para mí, este escenario requiere retomar el valor del análisis riguroso y la verificación de hechos, sin perder de vista la riqueza que aporta la diversidad de perspectivas. Es imperativo que combinemos la crítica constructiva con un compromiso real por la objetividad, para poder trascender las limitaciones del relativismo y construir un camino que, respetando la complejidad de nuestra era, nos permita avanzar hacia una sociedad más esclarecida. Solo así podremos enfrentar los retos de la posmodernidad y reconciliar las múltiples corrientes que buscan transformar el debate público, sin que ninguna de ellas socave los pilares fundamentales que sostienen la convivencia.
Sin embargo, no puedo dejar de señalar la preocupación que me embarga al pensar en la configuración que debemos prevenir en la República Dominicana. Nuestro país, a menudo atrapado en vacíos ideológicos extendidos y en la fragilidad de partidos políticos anclados en modelos anticuados, enfrenta el riesgo de caer en una espiral proclive a la desactualización. La falta de un debate sustancial y la persistencia de estructuras partidarias inflexibles pueden, si no se contrarrestan, convertirse en terreno fértil para la manipulación autoritaria. También existe el riesgo de la perpetuación de un statu quo que no responde a las demandas de la ciudadanía.
Frente a la política woke que, en ocasiones, se torna en un mero estandarte de consignas, es imperativo que abracemos una renovación que vaya más allá de los discursos superficiales. La evolución de la sociedad demanda que profundicemos en el análisis de nuestros derechos, adaptándolos a los nuevos desafíos sin perder la esencia que los fundamenta. Debemos evitar que la inercia ideológica y la estructura rígida de nuestros partidos se conviertan en obstáculos insalvables para la construcción de un futuro verdaderamente inclusivo.
Mi convicción es que el futuro reside en nuestra capacidad para transformar la polarización en un diálogo constructivo, en el que la revolución de las conciencias nos impulse a renovar y fortalecer nuestras instituciones. Solo a través de un intercambio genuino y profundo, en el que se reconozcan tanto nuestras tradiciones como la imperiosa necesidad de cambio, podremos garantizar que el respeto al derecho ajeno como tan elocuentemente señaló Juárez erija en el pilar fundamental de la paz y el progreso en nuestra nación.
Esta es mi reflexión personal sobre los desafíos de nuestro tiempo, una invitación a repensar el debate público y a trabajar en la transformación profunda que demanda tanto nuestra sociedad como la República Dominicana.